21.2.05

CON LOS SESOS DEL GONZO POR LOS SUELOS



“Estábamos en algún lugar de Barstow, muy cerca del desierto, cuando empezaron a hacer efecto las drogas. Recuerdo que dije algo así como:

- Estoy algo volado, mejor conduces tú...

(...)

Era casi mediodía, y aún teníamos que recorrer más de ciento sesenta kilómetro. Sería duro. Sabía que muy pronto estaríamos los dos volados del todo. Pero no había marcha atrás ni tiempo para descansar. Tendríamos que seguir. La inscripción de prensa para el fabulosos Mint 400 estaba ya en marcha, y teníamos que llegar allí a las cuatro para reclamar nuestra suite insonorizada. Una famosa revista deportiva de Nueva York se había cuidado de las reservas, y también de aquel inmenso Chevrolet descapotable rojo que acabábamos de alquilar en un sitio de Sunset Strip... y, en fin, yo era realmente un periodista profesional; así que tenía la obligación de hacer el reportaje, fuese como fuese.

Los de la revista deportiva me habían dado también trescientos dólares en metálico, la casi totalidad de los cuales estaba ya gastada en drogas experimentales peligrosas. El maletero del coche parecía un laboratoría móvil de la sección de narcóticos de la policia. Teníamos dos bolsas de hierba, setenta y cinco pastillas de mescalina, cinco hojas de ácido de gran potencia, un salero medio lleno de cocaína, y toda una galaxia de pastillas multicolores para subir, para bajar, para chillar, para reír... y, además, un cuarto de tequila, un cuarto de ron, una caja de cervezas, una pinta de éter puro y dos docenas de amyls (nitrato amílico).

Habíamos recogido todo esto la noche antes en un frenético recorrido a toda pastilla por el condado de Los Ángeles: de Topanga a Watts agarramos todo lo que se nos puso a mano. No es que necesitásemos todo aquello para el viaje, pero en cuanto te metes a hacer una recolección de drogas, tiendes a reunir las más posibles.

A mi lo único que realmente me fastidiaba era el éter. No hay cosa en el mundo más desvalida, irresponsable y depravada que un hombre sumido en las profundidades de un colocón de éter. Y sabía muy bien que empezaríamos muy pronto con aquella mierda podrida. Probablemente en la siguiente gasolinera. Habíamos probado casi todo lo demás. Y ahora... sí, era el momento para un buen pelotazo de éter. Y luego a hacer los 150 kilómetros siguientes en un horrible y balbuciente estado de estupor espasmódico. La única forma de mantenerse alerta con éter es añadirle muchos amyls... no todos a la vez, pero sí con cierta constancia, justo para mantener el foco a ciento cuarenta kilómetros por hora cruzando Barstow.

- Amigo, esto es viajar –dijo mi abogado”.



Con un par de párrafos que he obviado, éstas son las dos primera páginas de Miedo y Asco en Las Vegas. Uno de mis libros favoritos. Esta mañana me enteraba de que Hunter S. Thompson, su autor, acababa de volarse la tapa de los sesos con un rifle de cazar osos, a los sesenta y cinco años de edad. El jodido cabrón. El periodista gonzo.

Le descubrí joven, a los diecinueve años y en la universidad de periodismo. Un impacto. El Nuevo Periodismo de Tom Wolfe iba en paralelo con el periodismo gonzo del hoy suicida (pero coherente) Thompson, mucho más gamberro y salvaje. Ambos son de mis influencias más claras a la hora de abordar casi cualquier cosa que escribo. Más en este blog. De hecho, la influencia del salvaje reportero es enorme para muchos, incluso gente que no lo ha leído. Porque han leído a otros que sí lo han mamado. No sólo en la prensa y en la literatura. El Spider Jerusalem de Warren Ellis es, evidentemente, nuestro hombre.



Doctor en periodismo (como gustaba cínicamente a apostillar), en 1970 se presentó a sheriff local y perdió las elecciones. Odiaba a Nixon. Le pegó una patada en los cojones a la encorsetada objetividad periodística. El periodista protagoniza el reportaje. Y tiene mala leche. Y está loco. Viajó con los Hells Angels hasta que lo molieron a palos. Casi escribió con sangre mientras soltaba risotadas, o más que sangre, neuronas que morían veloces a golpe de toallas empadas de éter y colocadas en la salida del aire acondicionado de un descapotable. Rumbo a Las Vegas con su abogado samoano (por lo que pudiera pasar). Terry Gilliam llevó Miedo y Asco en Las Vegas al cine hace unos años. No estaba mal pero no llegaba a tocar al glorioso original. Releí la novela hace unos tres veranos. Mis carcajadas resonaban en la playa durante el par de mañanas que consumí con ella. Caracajadas de hijo de puta al que le gusta leer cómo tocan los cojones. Como soy un puto egoista, espero que su muerte sirva para que editen o reediten lo que me falta de su obra. Molaría una selección de sus reportajes cortos, los de Play Boy incluidos. Un gratesjits de esos.

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