26.12.12

LEFA Y ULTRAVIOLENCIA


Iba a empezar esta reseña remitiendo al significado que la RAE da a la palabra “pudridero” porque me encanta en sí misma. Afortunadamente me ha dado por mirar en diagonal algunas reseñas y veo que lo de empezar con el doble significado de “sitio o lugar en que se pone algo para que se pudra o corrompa” y “cámara destinada a los cadáveres antes de colocarlos en el panteón” ya lo han hecho otros antes. No me extraña la comunión porque por una vez la traducción creativa aplicada al título de la obra no sólo es un acierto sino que incluso supera el original Prison Pit; pero en realidad si de algo hay que felicitar a Entrecomics y Fulgencio Pimentel es por la publicación de esta joya de ilimitado salvajismo y por hacerlo con una edición que supera la original, para que luego digan.

A Johnny Ryan lo disfruté mucho con Juventud Cabreada pero el olvido al que estaba sometido en nuestro país hizo que le perdiera la pista. El reencuentro ha sido tan intenso y me ha dejado tan a tope que debía comentarlo por aquí, aunque sea con algo de retraso y cuando todo el mundo ha escrito al respecto, porque esta particular biblioteca de Alejandría de la subcultura de derribo estaría muy incompleta sin su mención.



Pudridero tiene una primera y clara lectura, demente y ultraviolenta. Carantigua es un criminal desterrado a un planeta desértico e inhóspito donde su única tarea será sobrevivir enfrentándose, uno tras otro, a los tipos y seres que lo pueblan, todos agresivos, bizarros e hijos de puta. Pudridero puede y debe leerse como un tebeo supersónico de hostias continuas llevado al límite a través del exceso gore (desmiembra, destripa y decapita), la violencia gratuita (adjetivación falaz porque nunca es gratuita y este cómic es una buena muestra) y la escatología aberrante con eyaculaciones, diarreas, orines y pus convertidos en superpoderes que se arrojan al enemigo como si fueran rayos i kame-hame-mas. La apuesta es directa, inmediata y sin coartadas y como digo para mí ya es meritoria de por sí porque este tipo de actitud burra y enajenada ya me ponen verraco de por sí, lo confieso, y mando a tomar por el culo justificaciones. La animalada me gratifica y me es afín, pero también la veo necesaria porque el recato cultural es un virus extendido que lo deja casi todo sin chicha ni limonada. Por eso leo tebeos, porque es el único lugar donde aún se sigue transgrediendo sin mesura de una manera tan física.



Más allá de esa lectura directa y nada sutil del salvajismo de Pudridero como merito y condición que no requiere filtros de razón, es inevitable que algunos lectores queramos ir un poco más allá. En realidad es una traición porque hay que dejar a lo irracional campar a sus anchas, libre, y al ponerle el lazo intelectualizante corremos el riesgo de domesticar el caos y llamar al orden. Pero es que mientras leo Pudridero desfilan por mi cerebro un montón de referentes. Los villanos de Mad Max, el imaginario de la lucha libre popular, los combates de robots de Mazinger Z, la rotundidad del Den de Corben, la serie bé ochentera de gladiadores hormonados. En Pudridero todo ese pop se acomete con ingesta glotona y luego se vomita con grumos.



Luego está el desierto como paisaje. Me hace gracia pensar que ese páramo lo han frecuentado el Coyote de la Warner, Moebius y hace bien poco Max en Vapor. Al sumar a este lote sin par algo como Pudridero me doy cuenta que todos ellos practican el estriptís de la imaginación. Tan dado como soy a hablar de sentido de la maravilla en tecnicolor me descubro ahora fascinado por la fantasía en pelota picada y el personaje abandonado sin más compañía ornamental que una línea de horizonte. En su reseña, Pepo Pérez acierta apuntando dos cosas. Una es el slapstick y el humor de garrotazo (vuelvo a pensar en el Coyote) porque Johnny Ryan lo lleva un terreno casi metafísico por puro exceso. La otra es el camino del héroe, que aquí también sufre la amputación de un brazo, hermanado con la estructura del videojuego. No lo había pensado nunca y Pudridero lo deja bien claro: los videojuegos también acuden al arquetipo del héroe y su viaje iniciático.

Para acabar, la cosa gráfica. Ryan es feísta y en apariencia dibuja guarro y casi como si fuera un niño, pero en realidad Pudridero en un jardín visual muy intenso, epidérmico y estéticamente acojonante. Arte genuino por bello, por subversivo y por salir chorreante de las entrañas.


Pudridero se puede comprar en la web de los editores Entrecomics y Fulgencio Pimentel. Y como es habitual también dejo por aquí el enlace a Amazon.

 

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