14.8.06

TRESCIENTOS TREINTA Y TRES DISCOS PARA AGITAR EL BOOGALOO ENCEFÁLICO # 015/333


THE BEACH BOYS : PET SOUNDS (1964)


Este es uno de esos discos que aparecen siempre en todos las listas de los mejores de la historia, y supongo que con justicia. Y lo es a pesar de:
a/ Una de las portadas más horrorosamente bizarras de la historia. Quizás el caso más rotundo de mejor disco con peor portada. Un extraño canto zoofílico que debió descolocar a sus seguidores surferos de la época y con la que quizá nos estén diciendo que sus canciones son las ovejitas del pop.
b/ Que tararearlo y acompañarlo en casa no sólo es labor imposible para el escucha sino que te hace quedar como un auténtico merluzo vocal, a no ser de que hayas pasado tu infancia en el coro de un monasterio católico.

Pet Sounds es una de las grandes catedrales del pop ampuloso y barroco, de ese que te dan ganas de escuchar no en una playa sino en lo alto de los Alpes y con los brazos extendidos en cruz mientras un helicóptero te rueda en panorámica circular. Y no deja de ser curioso que el grupo que hasta entonces se había dedicado a cantar a la felicidad estival entregara una obra tan rematadamente triste y melancólica sobre jóvenes zarandeados por el amor adolescente. Nada mejor que este album para describir en clave sentimental el fin de unas largas vacaciones playeras de verano, cuando las nubes de tormenta oscurecen el cielo y vuelven grises las olas. Parte de esa extraña combinación habrá que dársela al ya por entonces maltrecho y genial cerebro de un Brian Wilson que coqueteaba con el ácido lisérgico. De hecho, la psicodélica Hang 'Em to your Ego debió cambiar su título por I Know there's an answer, y un así sigue siendo mi favorita de un álbum fundacional y revolucionario, plagado de piezas de orfebreria y epicidad con pandereta gracias a maravillas como la ya citada o God Only Knows, Wouldn't it Be Nice, You Still Belive in Me o esa instrumental maravillosa que le da título. Un disfrute plagado de clavicordios, violines, órganillos, percusiones hawaiinas, campanas y momentos orquestrales encerrados tras un muro de sonido a lo Phil Spector que no hace otra cosa sino mostrar en toda su cristalina majestuosidad los coros vocales de los chicos de la playa.

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