8.6.12

VEJEZ



Hacía mucho tiempo que un cómic no me afectaba tanto. Leo muchos, sin parar ni tomar casi aire, y un buen número los disfruto con entusiasmo. Algunos me parecen maravillas, ya sea en general o puestos en su contexto; pero lo que me ha pasado con Un adiós especial de Joyce Farmer (Astiberri, 2011) es otra cosa. Según avanzaba, sus páginas me arrastraban pensamientos y reflexiones, tocaban puntos de sentimiento a los que pocas veces llegan otras lecturas; y eso que me considero un lector bastante endurecido y poco sensible para este tipo de historias. Un adiós especial es un libro sobre la vejez y lo que supone ser viejo, tener ochenta años y mil y un achaques.

La novela gráfica es un fenómeno dual; por un lado formato comercial de éxito y por otro movimiento creativo, sin que una cosa vaya con la otra, claro. Sin hacer distinciones de esa alma doble (que conlleva sus contradicciones), parte de la explosión de la novela gráfica se debe a que toca temáticas sociales, antes inauditas en los tebeos, y dentro de estas despunta, por la calidad o impacto de algunas obras, lo que podríamos llamar subgénero de enfermedades. La vejez en sí no es una enfermedad, claro, pero sí que implica un montón de ellas, leves, incómodas o graves.



Joyce Farmer es una histórica del comix underground, aunque desconocida para nosotros; o al menos lo era para mí hasta ahora. Pertenece a la generación de los pioneros de la viñeta contracultural (los Crumb, Shelton o Spain) y formó parte del grupúsculo de féminas combativas que destacó por reivindicar un lugar en el cómic para las mujeres. Ignoro, es así, más detalles sobre su obra concreta de aquella época. Respecto a la actual, bueno, la actual es Un Adios especial, a la que ha dedicado más de una década de trabajo. El esfuerzo tiene un sentido personal: rendir tributo a su padre y a su madrastra con el relato de sus últimos cuatro años de vida. Lars y Rachel, dos octogenarios que viven en un barrio cada vez más marginal y que luchan por mantener su autonomía como personas pese a que la edad ya no lo permite. De hecho, esos cuatro años marcan su decadencia física y mental, que vemos avanzar ante nosotros durante la lectura de doscientas páginas intensas.



Hablo de intensidad, pero es una intensidad especial. Sincera. Me repugna la pornografía sentimental y sus artimañas. Me indigna la blandura y la lágrima fácil. Intuyo que a Joyce Farmer también. Una autora que perteneció a un movimiento tan salvaje como el primer underground no podría permitírselo a estas alturas. Es una cuestión de honestidad, y esa es la gran virtud de Un adiós Especial. Por su implicación emocional y por una cuestión de respeto mismo, Farmer toma distancia con lo narrado, relata hechos y anécdotas cotidianas sin querer distorsionar la tragedia por el camino de lo facilón e incluso buscando el humor de muchas situaciones. Quizá, eso sí, al querer mantenerse alejada de la historia se desdibuja a sí misma como personaje que acaba sacrificando parte de su vida en el cuidado de sus padres, cada vez más necesitados de su ayuda. Cede la queja y el drama existencial a sus ancianos porque no quiere hablar de lo que le supone cuidarlos, quiere que hablen ellos y que nada nos distraiga. Ellos son los héroes que luchan hasta el último momento por vivir sin pedir ayuda mientras, que asumen el precio de una larga vida y se enfrentan a una sociedad que no quiere saber nada de viejos. Al ceder ese protagonismo de la queja, el personaje de la hija obligada a cuidarles cada vez más ni siquiera rechista ante la enormidad de su tarea y sin querer se convierte así en una santa en ocasiones algo inverosímil. O eso me parece a mí, que soy un urbanita egoísta y pongo pegas a alguien que probablemente es mejor persona que yo. Por eso digo que Un adiós especial me ha impresionado tanto y me ha afectado como pocas lecturas hacen, por llevarme a reflexionar sobre estas cosas, por hacer que me plantee mi actitud con las personas mayores que me son cercanas, por obligarme a pensar en ellas y su situación actual o no demasiado lejana. Y también, ya he dicho que soy egoísta, a pensar en mi futura vejez, con la que me toparé de golpe porque el tiempo pasa que no te das cuenta. En un suspiro.

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