11.2.11

ORÍGENES DEL PARALELO BARCELONÉS: VOLTAICOS, SALTIMBANQUIS Y FENÓMENOS DE FERIA

El Ayuntamiento decidió abrir una avenida que enlazara el final de la Gran Vía con el Puerto y que fuera la comunicación tangental de éste con Hostafrancs (...) y hacia 1894, se inauguró, oficialmente, la ancha calle del Marqués del Duero, y lo primero que instaló el Ayuntamiento fueron los voltaicos. Inesperadas anticipaciones de unos concejales, actuando, involuntariamente, de augures. No los tristes mecheros de gas de los suburbios, o de los barrios sin palpitaciones, sino los voltaicos, con los que venía alumbrándose Barcelona desde la Exposición de 1888. En aquellos voltaicos de un arrabal desierto había ya un presentimiento del Paralelo trepidante y luminoso. (...) Las últimas tinieblas del futuro Paralelo fueron rotas por los voltaicos, luz de teatro y de café, luz de ciudad.

En 1892 se creó la Comisión de Ensanche, y, en un principio, se propuso abrir unas vías porticadas que circundaran la ciudad. (...) Entretanto, construíanse cubiertos provisionales, barracones destinados a espectáculos ínfimos, tabernas, figones y aguaduchos.

En las tabernas se abrían las cazuelas de sardinas en escabeche (...). Por los aguaduchos, se servían americanas, dátiles con menta o rosa, rosquillas y «carquinyolis›› (...). Y en los bebederos, aguardiente, ron, anís escarchado y caña legítima de La Habana. Vendían diez céntimos de cigarrillos, “caliqueños” y cajas de cerillas de a cinco, con reproducciones de escenas de «La Verbena de la Paloma» o de «El Dúo de la Africana», dibujos alusivos al submarino Peral y retratos de las faunas taurinas de entonces (...).

No faltaban churreros, cacahueteros, naranjeros, meloneros, «el de los torraos», ni, en verano, los «helados del Chaumet», con su carretón blanqueado y pulido: ¡mantecao helao! En aquellos inicios (...) afluían los charlatanes, exaltando el «ungüento maravilloso de la ballena de los Pirineos», o, como el «Noi de Tona», dentista y sacamuelas, el «Elixir Geraldine», en homenaje a la «Bella Geraldine», que se exhibía en el trapecio del «Circo Alegría», en la Plaza de Cataluña, tan llena de barracones como el incipiente Paralelo. Recordamos a un charlatán, preconizador de un callicida, golpeando el retrato del inventor del específico: "Este, este es el sabio norteamericano descubridor del maravilloso callicida..." El charlatán seguía dando punterazos al cartelón, en donde aparecía como sabio norteamericano, destructor de callos y duricias, el compositor Rossini, con su caraza burlona y bonachona.

El primer edificio que empezó a construirse, hacia 1895, fué el Teatro Circo Español. Después, llegaron fenómenos, figuras de cera y roulottes, con hércules, payasos y titiriteros, que se decían artistas internacionales y lo eran, porque aun requiriendo ciertos ejercicios, la soltura italiana, la frialdad (flema) inglesa o la tenacidad alemana, los artistas circenses son internacionales por nacimiento fortuito, cruces alambreados, viajes permanentes, mundo puramente gimnástico, porque en los payasos predominaba más, entonces, la mímica que la agudeza. Unos llegaban en carro de saltimbanquis y otros se exhibían en circos de barracones.

Frente al Español, en construcción, se colocó un circo, como los de feria, hecho con trapos, y tablones por gradas, y alumbrado de acetileno. Lo original estribaba en que, en él, sólo trabajaba una buena señora que pasaba la maroma, exhibía perros amaestrados y cantaba un cuplé francés, en un escenario que tenía dos metros de anchura. Cantaba sin el acompañamiento de un triste piano y llevaba un traje verde con lentejuelas. (...) Desde los barracones, los reclamos se lanzaban a grandes voces, o aparecían en las pizarras anuncios o avisos, con un gran sabor grotesco. Una vez, leímos esto:
"Se vende, por causa de salud, un soberbio fenómeno, elegante, muy limpio y manso, en plena libertad. Muy propio para diversiones familiares."
Se trataba de un viejo cerdo amaestrado y achacoso. Otro anuncio decía:
"Se enseña un buey que tiene la cabeza de bulldog, la cola de oso y la pata de cerdo. Apacible y amaestrado, es además hermafrodita."
La gente se embobaba ante aquellos barracones, iluminados con acetileno. El director solía aparecer con una grasienta y zurcida levita y una abollada chistera, embutidas las piernas en pantalón de dril y calzado con alpargatas. Junto a la visión absurda de los fenómenos y la pintoresca de los saltimbanquis, no tardaron en instalarse las quirománticas, echadoras de cartas, ocultistas, astrólogos y una mujer muy gorda, «Madame Sphinx», que adivinaba el porvenir, por nebuloso que fuese. Acudía la gente, sobre todo los sábados y las tardes domingueras, y comenzó a hablarse de que se iba a inaugurar un Cinematógrafo Napoleón. con precios asequibles, a quince céntimos. y no a real la entrada, y a dos la silla, como en el Cinematógrafo de la Rambla de Santa Mónica. Lo moderno y lo maravilloso, a quince céntimos. El Paralelo tenía ya sus leyes económicas.
Extracto de Biografía del Paralelo: 1894-1934 de Luis Cabañas (Ed. Memphis, Barcelona, 1945). El lugar donde se hallaba el Teatro Circo Español fue ocupado, en los 80s, por la discoteca Studio 54. La barraca de circo de enfrente fue luego el Teatro Apolo, que también tenía anexo un mítico parque de atracciones.

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