24.9.06

PARTURIENTAS IMPURAS Y HEMBRAS CON LA MARCA PULP

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Leyendo La mala gente de Étienne Davodeau (Ponet Mon, 2006) me encuentro con la típica viñeta que despierta mi curiosidad. Un niño que recuerda sus labores de monaguillo a principios de los 50 dice los siguiente:
"Algunos ritos me parecían extraños: la purificación después del parto devolvía a las madres a su lugar en el seno de la Iglesia después de haber dado a luz. Así pues... ¿lo habían perdido?".


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El parto como acto impuro que debe ser purificada. Una rápida y diagonal búsqueda de información sobre este rito católico aporta algunos datos más. En los levíticos bíblicos hay una referencia potente:
"es necesario recordar que tiene que ver con inmundicia y limpieza ceremonial. Una madre, después de dar a luz, era inmunda ceremonialmente por cuarenta días si sabía tenido un hijo, y si había tenido una hija, era inmunda durante 80 días" (en Lev. 12:1).
El rito de la purificación de las parturientas espero que esté en desuso. Yo no lo recordaba y eso que pasé catorce años en un colegio católico, por lo que algo de la cultura ritual aprendí y aún recuerdo. Pero lo cierto es que al menos en iglesias rurales se seguía practicando hasta hace nada:
"Cuentan que nuestras abuelas no podían salir de casa después del parto hasta no haber "salido a misa", ceremonia de purificación que, según unos tenía lugar transcurridos treinta días y según otros a los cuarenta. El caso es que, para mantener esta costumbre, las alcozareñas se sirvieron de una simple teja como representación o símbolo de la vivienda. De modo que, si una mujer recién parida se veía en la necesidad de salir a la calle, agarraba una teja entera (o un simple trozo) se la colocaba sobre la cabeza y... como si se hallara bajo techado aunque fuera por el camino con el cántaro de agua en la cadera".


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Tampoco es que quiera hacer grandes reflexiones al respecto, pero me hace gracia pensar en las llamadas a la Reconquista de nuestro bigotudo ex-presidente Ansar y la perspectiva occidental con la que hablamos de la injusta situación de la mujer en el mundo islámico sin darnos cuenta que hace tan sólo cuatro décadas, en realidad, no éramos tan diferentes. Que la mujer es demoníaca, a ojos de una religión trazada con perspectiva masculina (y la lógica envidia y protección ante el acto mágico de la vida), es cosa poco sutil. Salto (Up). La vampira, la vampiresa, la mujer fatal. Lo pulp y lo pop también lo han hecho suyo en su búsqueda instintiva (del instinto), aunque la perspectiva sea mucho más lúdica, hermosa y crematística y, a menudo, acabe transformada en una pagana admiración amoral de la hembra como diosa de la fertilidad que absorbe al pajero masculino. Es por cosas como estas que yo prefiero y considero mucho más sano pasar la mañana del domingo viendo Tarzán y la mujer-diablo que acudiendo a misa.

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