9.6.05

GODZILLA ES DE GREENPEACE Y TOMA LSD



Retomo, tras unas pocas semanas, la revisión cronológica de la filmografía de Godzilla con la que este Blog Ausente festeja el Cincuenta Aniversario del Personaje. La anterior entrega, La isla de los monstruos, no sólo era decepcionante e infantil sino que además colocaba por primera vez al monstruo fuera de la “realidad”, en el mundo imaginario de un crío repelente. En esta nueva entrega, la onceava, la sensación es de extrañeza. Hedorah, la burbuja tóxica (Godzilla vs. the smog Monster / Gojira tai Hedorâ ; 1971), además de sumamente irregular es la película más rara de nuestro saurio favorito.



El villano de la función es Hedorah, una burbuja tóxica según el título con que el que se ha editado, en vhs, y emitido en nuestro país. En realidad el bicho pasa por tres fases diferentes: una especie de renacuajo acuático, una inmunda masa que camina por la tierra y una especie de ovni viviente volador. Ésta especie de masa pútrida e, imagino, apestosa, se alimenta de la contaminación. Así, le vemos absorber lodos marinos, aspirar humos de fábricas y engullir coches y todo tipo de desechos. Diría que un “comemierda” si no fuera por su caracter agresivo y casi invencible. Como resulta obvio, la cosa tiene pues fuertes tintes ecologístas. Eso sí, Hedorah procede del espacio exterior por lo que el mensaje resulta un poco absurdo: el riesgo de la contaminación no es que crée por si misma un monstruo (que sería un razonamiento más lógico y potente) sino que puede atraer monstruos de otras galaxias, un razonamiento bastante más delirante y jocoso.



A eso debemos añadir que Godzilla, un monstruo creado originariamente por la contaminación radioactiva de las bombas nucleares, se convierte por decisión propia en defensor del ecosistema terrestre. Al principio ya le vemos quemar porquerías que flotan por el mar con sus rayos radioactivos. Retorcido. Y luego se enfrentará con el bicho repetidas veces por una causa ecológica, un comportamiento del todo novedoso en comparación con las diez películas anteriores. Y no es el único comportamiento extraño del Gran G en esta película. En la batalla final le vemos colaborar con los científicos y saber, sin que nadie se lo explique, el funcionamiento del aparato destinado a eliminar la amenaza ecológica viviente. Así, podemos deducir que Godzilla, una bestia de la naturaleza hasta ese momento ¡tiene conocimientos científicos! y especialmente de electrolisis aplicada a organismos alienígenas. No sólo eso: ¡Godzilla vuela! Lo hará por primera y única vez. Impulsado por su rayo radioactivo para despegar primero y luego, de espaldas y enroscado, surcara los aires sin problemas persiguiendo al Hedorah-con-forma-de-ovni. No se puede considerar que fuera una aportación de éxito en el devenir de la saga y afortunadamente no ha vuelto a repetirse.


Despegue y vuelo


Sigamos con los comportamientos extraños. Godzilla mantiene una extraña relación con un niño. No me sean mal pensados. Y sí, un niño. La presencia de niños en las películas de monstruos gigantes japoneses provocan escalofríos en el aficionado. Justificados. Pues aquí hay niño. Tiemblen. Ya al principio le vemos jugar con merchandaising de la serie, que no es moco de pavo si pensamos que la película tiene casi 35 años. Como cosa metalingüística y comercial es jugosa. Que me voy. El niño, de pantalones cortos ajustados por encima de la cintura, jersei de cuello alto por dentro y visibles tirantes, es el hijo del científico que todo lo sabe y arregla, aunque pasará, el padre, más de la mitad del metraje fatalmente herido y con media cara presumiblemente desfigurada por culpa del ataque de la Hedorah-renacuajo-submarina. No se entiende, por cierto, cómo salva la vida. Y es que a ratos todo es muy confuso en esta película. Pues bien, el hijo del sufrido científico tiene una especie de relación telepática con Godzilla, muy mal esbozada. Tiene extrañas visiones, conoce de antemano las intenciones del saurio y adivina su presencia inmediata. La película hubiera ganado muchos puntos si en algún momento el crío muriera desfigurado entre horribles sufrimientos. Por desgracia no es así. La idea del contacto telepático con el saurio radioactivo, por cierto, acabará por desarrollarse en futuras entregas, en la segunda etapa de la saga concretamente. Ya lo leerán por aquí cuando le llegue el turno.



Establecido el elemento ecológico, la otra gran sorpresa del filme es su impagable look psicodélico. Ya de entrada, los títulos de crédito, propios de un filme de James Bond de la época, con sus amebas sicodélica, sus fondos de lámpara de aceite, su cantante en plan Shirley Bassey nipona. Encima, se alternan con imágenes de la porquería que flota por las costas del archipiélago del Sol Naciente, destacando entre los lodos la inquietante imagen de un maniquí roto y medio podrido. La psicodelia continua con el ataque de Hedorah a una discoteca, o mejor boite, a la que acuden los nipones a menear el bullarengue lisérgicamente, primero disfrazados como de batracios y luego ya con sus colorines, sus proyecciones de aceite (de nuevo) y sus vestidos chillones de caráctes op-art. La banda sonora acompaña, claro, resultaría encantadoramente del rollo flower-power ácido progresista repleta de organillos fuzzys si no fuera por la horrible marcha de Godzilla, de un payaso que espanta. Digámoslo claro: Godzilla no es un miembro del circo de los Hermanos Tonetti y no merece esos compases estúpidos compuestos por Riichiro Manabe.





No es lo único absurdo o mal contado en esta película que, por otro lado, tiene algo hermoso en su bizarrez. No hay casi ni rastro del equipo de creativo original, tan sólo la producción de Tanaka. El genio de las maquetas Tsuburaya acababa de morir y el maestro Honda había salidido por patas tras el desastre de La isla de los monstruos. En su lugar el director escogido sería el primerizo Yoshimitsu Banno, que jamás volvería a dirigir un largometraje. No me extraña. El caos narrativo es total, la larguísima batalla final (a los pies del Monte Fuji, como casi siempre) tiene momentos de auténtico sopor, que manda narices, y no se entienden bien las constantes resurrecciones de Hedorah ni qué coño son los dos huevos que lleva la burbuja tóxica en su interior, a ratos se quedan los bichos quietos y encima a Godzi le hieren en un ojo pero la herida fluctúa según la escena del ojo izquierdo al derecho.



Y me dirán ustedes: qué desastre de película. Pues sí, pero a mí no me desagrada. Por un lado la Hedorah en su aspecto terrestre tiene un diseño de puta madre. Un extraño engendro, casi lovecraftiano, de ojos rojos construido a base de porqueria que lanza una mortal mierda ácida y humeante. La escena en que se agarra a unas chimeneas industriales y se pone ciego de nitratos y óxidos de carbono es realmente potente. No es la única. Ya he mencionado el maniquí podrido flotando entre desechos del principio. O el momento en que ataca un grupo de coches en la autopista absorviéndolos. También lanza rayos rojos. Por cierto, al volver a ver la película estos días, el aspecto de Hedorah me ha recordado enormemente al apestoso monstruo que irrumpe en los Baños Públicos Para Dioses de la estupenda El viaje de Chihiro. Desconozco si se trata de un homenaje del maestro Miyazaki o si por el contrario La Burbuja Tóxica está inspirada en algún tipo de monstruo de la cultura tradicional japonesa.



Así que tenemos un monstruo chulo, unas cuantas escenas la mar de inquietantes, un look bastante tenebroso en general y una extraña amalgama de imbecilidades infantiles, potentes ramalazos psicodélicos, Godzilla haciendo cosas que jamás había hecho, incompetencia tras las cámaras, mensaje ecologista pasado de vueltas, larguísimas batallas entre los dos monstruos rematadas con un violento descuertizamiento final, planos raros con el Sol Naciente de fondo, títulos de crédito bondianos y, por si fuera poco ¡insertos de dibujos animados! Sí, sí, al menso tres fragmentos de un minuto cada uno de extrañas animaciones de motivos godzillescos que ríanse ustedes del Submarino Amarillo. Cuando les decía que era una película rara no exageraba, más bien al contrario. La película es bizarra de cojones.



Tan sólo un ejemplo final. Una de las escenas que más gracia me hacen. La juventud jipidélica, cuyos cabecillas ya habíamos conocido en el ataque a la boite, está preocuopada por culpa de Hedorah. Deben hacer algo. La juventud idílica de los incipientes 70 no puede quedarse de brazos caidos. Tras mucho pensar deciden organizar una concentración flower-power a los pies del Monte Fuji. Allí, con sus guitarritas y sus fogatas, bailarán y cantarán en círculos bellas tonadas que les hermanarán y generarán un buenrollismo tal que acabará con Hedorah. Tan brillante idea, claro, acabará en un hilarante desastre. La burbuja tóxica aparecerá por la zona y empezará a lanzar sus bolas de mierda. Los jóvenes, que se defienden lanzando ridículas antorchas, al impacto de la mierda ácida humean hasta quedar en los huesos. El resultado es una matanza escenificada en un plano final repleto de esqueletos. Reflexionen ustedes sobre lo explicado y si necesitan más detalles pueden acudir a las reseñas de BadMovies o de Godzilla en Castellano. Eso es todo. Godzilla regresará en Galien, el Monstruo de las Galaxias ataca la Tierra y este cronista, con sólo mentarlo, nota un escalofrío subiendo por la espina dorsal. Pero me sacrificaré por ustedes y por Godzilla. Próximamente en este Blog Ausente.

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