21.3.05

SETAS



Inoshiro Honda pasara a la historia y será recordado como el director de las mejores películas de Godzilla. Cosa ésta, si siguen este Blog Ausente ya lo sabrán, que me parece grande. Hay unas cuantas joyas, la mayoría comentadas por aquí a estas alturas (y por desgracia para mi futuro reseñador godzillesco). Pero Honda no sólo hizo Godzillas. De hecho, no sólo hizo películas de monstruos gigantes (al margen de Godzilla tiene unas cuantas de maravillosas), también hizo ciencia ficción pulp (les recomiendo, fervorosamente, The Mysterians o Atoragon). De hecho, en los sesenta Honda estaba en estado de gracia (con alguna excepción hacia el final). También tiene un poco conocido ciclo de varias películas sobre mutaciones. Tan sólo he visto una de ellas. Una maravilla. Matango.



Más conocida internacionalmente con el bizarro título Attack of the mushroom people (es decir, El ataque de los hombres hongo), Matango es un ejemplar cuento de horror. A Honda se le recuerda pulp pero en la vertiente más pop y space opera del asunto, pero aquí demuestra que podía perfectamente acercarse al género terrorífico en su vertiente de cuento de horror siniestro y sugerente. De hecho, esa misma atmósfera la recuperó, al final de sus días, rodando para los Sueños de su amigo Kurosawa un tenebroso desfile de soldados resucitados de enorme plasticidad. Y es que en tema de atmósferas, colores y demás emociones visuales Honda era un auténtico genio. Luego muchos se llenan la boca loando a los Mizoguchis, Ozus y demás (que sí, que vale) y pasan por alto la figura de un realizador mucho más popular, “el de los Godzillas”.

Ya les digo que como cuento de terror clásico Matango es de sobresaliente. E incluso diría que va más allá del género, pudiendo servir como parábola potente en segunda lectura. En primera, ya digo, cuento de horror del de toda la vida. Por tanto, y en mi opinión (siempre modesta), una extraña y muy desconocida perla a recuperar y reivindicar.

Narrada en un largo flashback por el único superviviente, explica la historia de siete naufragos (cinco hombres y dos mujeres) de un lujoso velero que van a parar a una extraña isla. No hay presencia animal. No hay comida. Casi no hay agua potable. En el fondo del mar se aprecia que es una especie de cementerio de barcos. En la playa, de hecho, un extraño navio repleto de mohos multicolores. Rojos, verdes, azules. Colores Honda. La historia es asfixiante. Los siete supervivientes cada vez se llevan peor. Rencillas por el lideraje, por la comida, por las mujeres. Y en la isla setas. Extrañas setas. Y misteriosas presencias pútridas y húmedas que espían. Y el hambre impulsará a algunos a comer de esas setas.



Inspirada en un cuento de William Hope Hodgson, Los náufragos de las tiniblas, no sé hasta que punto dado que no he tenido el gusto de leerlo, no sorprende entonces el aire tremendamente lovecraftiano que envuelve todo el filme. De hecho, una mirada a la desigual relación entre el genial escritor de Providence y el mundo del cine no debería pasar por alto este título. El océano como ente oscuro y ominoso, la humedad sobrecargada que todo lo cubre, el moho pútrido, las criaturas deformadas y aborrecibles que habitan la isla, el pesimismo. Son muchos los elementos que, creo, remiten a HP Lovecraft y al círculo de escritores de horror pulp que le eran estilísticamente afines y de los que WH Hodgson era referente inmediato.



Insisto en que como historia de horror clásica es modélica. La narración en flashback por un superviviente (que oculta una carga, claro, no les digo más), la tormenta ominosa, la isla misteriosa, el navío fantasma (y qué navio, señores, embarrancado en la playa, una imagen espeluznante, sobrecogedora). Elementos para un buen cuento de miedo. Pero hay más. Quien come las setas se convierte en un monstruo. Mushroom people. Seres viscosos que acechan en la oscuridad. Y que quieren atraer al resto. Formar parte de una nueva comunidad viscosa y feliz. Compartir la eucaristía lisérgica. Hay también mucho de La invasión de los ladrones de Cuerpos. También de vampirización. A ello hay que sumar el carácter agrio de los personajes. Se hace muy difícil sentir simpatía por sus claustrofóbicas personalidades. Nadie es del todo bueno. Ni del todo malo. Seres humanos débiles en una isla nicho poblada por hongos primigenios. El millonario egoista, el profesor tímido y retraido, el marinero ruín, la estarlete que juega y domina con su sensualidad. Y, acechando, la felicidad y el placer hedonista en un jardín poblado de setas mutantes sobre las que abandonarse. O la frase final del narrador, colofón ideal para un cuento de miedo no exento de cierto romanticismo maldito.



Un peliculón, en definitiva, jamás estrenado ni editado en nuestro país que he podido recuperar gracias a cierto animal que últimamente no para de darme alegrías. Reconozco, pese a mi entusiasmo, que tampoco es que sea un filme perfecto. Los monstruos hongo del final pueden parecer un tanto envejecidos, ya saben, cartón piedra. Pero el clima conseguido hasta ese momento salva la función incluso para el espectador moderno acostumbrado a presencias digitalmente pulidas. Estoy convencido. Por cierto, remirando por la red he visto que hay hasta merchandaising de tan extraños seres.

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