3.11.04

SOCIEDAD BORDERLINE PUNTO CINCO : DISFRUTE DE LA LITERATURA DE GÉNERO



Para muchos, la ciencia-ficción no es más que un género de segunda división. Ya proceda de modestos bolsilibros o de elaboradas producciones cinematográficas, tan sólo se trata de aventuras en naves espaciales, verdosos enemigos y heroínas ligeras de ropa. Repasando a fondo por las secciones y los suplementos culturales de nuestros periódicos se puede llegar a la conclusión de que éste tipo de literatura es cosa de adolescentes o hedonistas en busca de evasión barata. La ciencia-ficción está al margen de la cultura con mayúsculas o lo que es lo mismo: la ciencia-ficción es contracultura (10).

¿Especula este género con el futuro? Cierto, pero son muchos los casos en los que en realidad el cómo somos tiene mayor importancia que el cómo seremos, por mucho que la historia que cuenta pueda situarse cientos de años en el futuro. Se podrían dar muchos ejemplos o acudir a nombres de prestigio intelectual (George Orwell, Aldous Huxley) pero eso nos alejaría de la cultura en minúsculas, mucho más divertido es escarbar entre títulos menos reconocidos.

Las novelas de J.G. Ballard y sus autopistas interminables, rascacielos en guerra civil, extraños comportamientos sexuales o hecatombes sociales varias tienen como protagonista un ser humano que es un muerto en vida agobiado por un entorno cada vez más frío, lleno de cemento, deshumanizado, borderline. También podemos acercarnos a John Brunner y su apocalíptica trilogía del desastre: superpoblación (Todos sobre Zanzíbar), violencia (Órbita inestable) y polución (El rebaño ciego). Brunner, de hecho, se anticipó a la corriente ciberpunk con El jinete en la onda del shock, escrita en un lejano 1975 pero que ya anticipa una realidad: el exceso de información en realidad desinforma. Podemos citar a muchos autores más, y alargar este texto muchas páginas, pero si se habla de ciencia-ficción y se especula sobre la realidad de lo que percibimos siempre se acaba por recurrir a un nombre clave: Philip K. Dick.

Su nombre puede ser ahora popular gracias a las adaptaciones cinematográficas de sus cuentos o novelas (Blade Runner, Desafio Total, Minority Report), pero hace treinta años sólo lo conocían los aficionados al género. Ahora es un autor de culto y se le reivindica como parte esencial de la literatura del siglo XX. No deja de ser curioso porque él siempre quiso ser un escritor "serio" y no lo consiguió en vida. La biografía (11) de éste escritor de estilo apresurado y finales desconcertantes contribuye a forjar su leyenda junto al puñado de obras maestras que escribió a lo largo de su vida, destinadas la mayoría en su momento al mercado de papel de pulpa.

Nacido en 1928 e hijo de una familia rota, traumatizado desde el principio por la muerte (por desatención) de su hermana gemela, al poco de nacer, y dominado por una madre posesiva que lo llevó a mil psiquiatras, la vida de Philip K. Dick fue un constante trasiego de divorcios, hiperactividad creativa impulsada por la necesidad de dinero y largos periodos de desequilibrio mental de toda índole (esquizofrenia, paranoia, depresión), por no hablar de su adicción a los fármacos (combinaba con fruición el consumo de anfetaminas y antidepresivos) y sus escarceos, a finales de los 60, con las drogas psicodélicas.



Nuestro hombre era, desde luego, un paranoico. Ya en la década de los 50 sospechaba que el FBI y la CIA lo espiaban; atribuía dicho control al hecho de que en alguna de sus novelas había dado con algo que era real y que el gobierno quería ocultar. Sospechó que su segunda esposa trataba de asesinarle y consiguió, tras acusarla de maníaca depresiva, que ésta acabara internada en una institución mental durante un breve periodo de tiempo. Muchos años antes del escándalo Watergate desconfiaba de Richard Nixon, quien parecía trazar una vida paralela a la suya, y durante algún tiempo creyó que la KGB llenaba telepáticamente sus sueños de cuadros abstractos de Kandinsky. La crisis, o revelación, definitiva acaeció en 1974 (12) y ya no le abandonó hasta su muerte: se obsesionó con el símbolo de los primeros cristianos (un pez dorado) y empezó a sufrir trances místicos en los que su cuerpo era poseído por una presencia que bien pudiera ser lo que entendemos por Dios, tenía revelaciones sobre el pasado e incluso predijo la enfermedad mortal de su hijo (salvándole la vida). En 1976 se acabaron estas visitas y, tras un intento de suicidio, decidió dedicar el resto de su vida a transcribir su monumental y alucinada Exégesis: miles de páginas de revelaciones religiosas. Un infarto acabó con su vida en 1982.

Con una biografía como ésta resulta claro que Philip K. Dick no estaba bien de la cabeza. De todas formas, locura y genialidad a menudo han ido de la mano y fruto de ello son muchas de las novelas y cuentos de este escritor paranoico siempre obsesionado por saber si el mundo en que vivía no era real: universos paralelos en los que Alemania y Japón ganaron la segunda guerra mundial (mientras un escritor revela lo contrario); vidas que son el sueño de los muertos; drogas para vivir en el engaño, para ser controlado o para liberarse; androides que desean ser más humanos que la especie humana; nuevos Mesías de aspecto cibernético; planetas manicomio; falsas guerras que sirven para tenernos ocupados; la esquizofrenia como modo de viaje en el tiempo. Un puñado de títulos como Ubik, Una mirada a la oscuridad, El hombre en el castillo, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, La penúltima verdad, Los tres estigmas de Palmer Eldricht o Tiempo de Marte que suponen un maravilloso torrente de ideas de las que llevamos rato hablando.

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(10) También es coleccionismo. Resulta sorprende comprobar los precios que alcanzan en el mercado de la segunda mano algunas agotadas ediciones y títulos de ciencia ficción. Ríanse de la filatelia o la numismática.

(11) Son varias las biografías que se han escrito; una de ellas (Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrère) ha sido recientemente editada por Minotauro en nuestro país.

(12) Este periodo de su vida está narrado por el genial Robert Crumb en la historieta La experiencia religiosa de Philip K. Dick, incluida en el tercer álbum de la colección de Obras Completas de Crumb (Ediciones La Cúpula).



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